sábado, 22 de octubre de 2011

La Estética de lo Sublime



El término romanticismo, muchas veces conlleva significados equívocos según el ámbito del lenguaje o de la cultura en general que sirva de contexto, siendo lo mas común, asociarlo a entornos tan disímiles como la actividad trovadora típica del amor servil de la edad media o bien, la admiración cortesana y salonesca por las declarativas de sentimientos y emociones investidas de la mas “virginal pureza”. Nada más lejano al verdadero sentido del movimiento artístico que se desarrolló en Europa Central durante la primera mitad del siglo XIX y que sería el punto de equilibrio entre los arquetipos todavía añorados de Goethe y la aspiración mayor de Kant, pero descrito y definido en las telas de Caspar David Friedrich.
Así resulta que “Caminante sobre un mar de niebla”, incluye todos los elementos propios de la pintura para ser capaz de llevarnos a una valoración estética de lo sublime, para que luego, y en una segunda estadía de la visión frente a la tela, sencillamente se nos remece algo dentro del alma, como si fuéramos protagonistas de la escena pictórica en si misma. Frente a nosotros, encontramos a un hombre detenido en posición de descanso, en la cima de un monte de rocas observando el horizonte de las altas montañas, y el cielo que se mueve en aquellas alturas, con la particularidad de estar ante nosotros de espalda, siendo figura central dentro de un espacio simétrico y simbólico a la vez, concretándose de inmediato la “invitación” a ser parte de la aventura de escalar hasta aquella zona de solitario devenir, únicamente para estar en un lugar distinto, donde la niebla acaricia nuestros pies y una primera franja del cielo infinito se ofrece cálido y cercano.
Lo notable de la pintura, es que nos despierta la sensación de estar frente a la inmensidad de lo sublime en su dimensión divina a partir de un simple retrato y paisaje, pero el hecho de encontrarse nuestro caminante en plena “libertad de posición”, ya es un golpe visual que provoca el estacionar nuestra mirada, y dejarnos llevar por la exaltación de la belleza del paisaje en su conjunto, hasta llegar al momento de paz y tranquilidad contemplativa en que se encuentra el caminante de Friedrich, como un contrapunto a su realidad histórica, cuando la revolución industrial ya levantaba los cimientos de un mundo, en que el hombre separado completamente de la naturaleza comienza a sufrir los efectos de la segregación y atomización, que caracterizarían a la sociedad de producción y consumo vigente hasta el día de hoy, reduciendo cada vez más el campo de su crecimiento espiritual, cual si fuera una quimera olvidada, en una época sin tiempo ni memoria.

1 comentario:

  1. Hoy por hoy hablo de Friedrich ya que fue un visionario no comprendido en su època.

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