El término romanticismo, muchas veces conlleva significados equívocos según el ámbito del lenguaje o de la cultura en general que sirva de contexto, siendo lo mas común, asociarlo a entornos tan disímiles como la actividad trovadora típica del amor servil de la edad media o bien, la admiración cortesana y salonesca por las declarativas de sentimientos y emociones investidas de la mas “virginal pureza”. Nada más lejano al verdadero sentido del movimiento artístico que se desarrolló en Europa Central durante la primera mitad del siglo XIX y que sería el punto de equilibrio entre los arquetipos todavía añorados de Goethe y la aspiración mayor de Kant, pero descrito y definido en las telas de Caspar David Friedrich.
Así resulta que “Caminante sobre un mar de niebla”, incluye todos los elementos propios de la pintura para ser capaz de llevarnos a una valoración estética de lo sublime, para que luego, y en una segunda estadía de la visión frente a la tela, sencillamente se nos remece algo dentro del alma, como si fuéramos protagonistas de la escena pictórica en si misma. Frente a nosotros, encontramos a un hombre detenido en posición de descanso, en la cima de un monte de rocas observando el horizonte de las altas montañas, y el cielo que se mueve en aquellas alturas, con la particularidad de estar ante nosotros de espalda, siendo figura central dentro de un espacio simétrico y simbólico a la vez, concretándose de inmediato la “invitación” a ser parte de la aventura de escalar hasta aquella zona de solitario devenir, únicamente para estar en un lugar distinto, donde la niebla acaricia nuestros pies y una primera franja del cielo infinito se ofrece cálido y cercano.
Lo notable de la pintura, es que nos despierta la sensación de estar frente a la inmensidad de lo sublime en su dimensión divina a partir de un simple retrato y paisaje, pero el hecho de encontrarse nuestro caminante en plena “libertad de posición”, ya es un golpe visual que provoca el estacionar nuestra mirada, y dejarnos llevar por la exaltación de la belleza del paisaje en su conjunto, hasta llegar al momento de paz y tranquilidad contemplativa en que se encuentra el caminante de Friedrich, como un contrapunto a su realidad histórica, cuando la revolución industrial ya levantaba los cimientos de un mundo, en que el hombre separado completamente de la naturaleza comienza a sufrir los efectos de la segregación y atomización, que caracterizarían a la sociedad de producción y consumo vigente hasta el día de hoy, reduciendo cada vez más el campo de su crecimiento espiritual, cual si fuera una quimera olvidada, en una época sin tiempo ni memoria.
Así resulta que “Caminante sobre un mar de niebla”, incluye todos los elementos propios de la pintura para ser capaz de llevarnos a una valoración estética de lo sublime, para que luego, y en una segunda estadía de la visión frente a la tela, sencillamente se nos remece algo dentro del alma, como si fuéramos protagonistas de la escena pictórica en si misma. Frente a nosotros, encontramos a un hombre detenido en posición de descanso, en la cima de un monte de rocas observando el horizonte de las altas montañas, y el cielo que se mueve en aquellas alturas, con la particularidad de estar ante nosotros de espalda, siendo figura central dentro de un espacio simétrico y simbólico a la vez, concretándose de inmediato la “invitación” a ser parte de la aventura de escalar hasta aquella zona de solitario devenir, únicamente para estar en un lugar distinto, donde la niebla acaricia nuestros pies y una primera franja del cielo infinito se ofrece cálido y cercano.
Lo notable de la pintura, es que nos despierta la sensación de estar frente a la inmensidad de lo sublime en su dimensión divina a partir de un simple retrato y paisaje, pero el hecho de encontrarse nuestro caminante en plena “libertad de posición”, ya es un golpe visual que provoca el estacionar nuestra mirada, y dejarnos llevar por la exaltación de la belleza del paisaje en su conjunto, hasta llegar al momento de paz y tranquilidad contemplativa en que se encuentra el caminante de Friedrich, como un contrapunto a su realidad histórica, cuando la revolución industrial ya levantaba los cimientos de un mundo, en que el hombre separado completamente de la naturaleza comienza a sufrir los efectos de la segregación y atomización, que caracterizarían a la sociedad de producción y consumo vigente hasta el día de hoy, reduciendo cada vez más el campo de su crecimiento espiritual, cual si fuera una quimera olvidada, en una época sin tiempo ni memoria.
Hoy por hoy hablo de Friedrich ya que fue un visionario no comprendido en su època.
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